Tarde-noche de sirenas y ruido de helicópteros. Tarde de lagrimas y dolor. Dolor desconsolado. Arteria que siempre ha bajado hacia el mar para fundir la sal y la brea con la ciudad y que hoy deja regueros de horror mezclados con rojos destellos de intolerancia. Tarde gris en el esplendor de una perla mediterránea que siempre ha sido puerto de cobijo, de acogida y de celebración de la libertad.

Mis vecinos, los chinos del almacén,los sudamericanos del piso patera, los independentistas presidentes de la comunidad, incluso los del piso de arriba, piso turístico ilegal, lloran. Como lloran todos los comerciantes del barrio y de la ciudad que en su mayoría son evangelistas, budistas, islamistas y católicos. Porque los botiguers de toda la vida no han podido aguantar la presión. Y seguimos queriendo esta ciudad aunque los extremistas quieran romper su encanto.

Ni terroristas intolerantes, ni terroristas especuladores podrán quebrar la voluntad de esta ciudad abierta, esta perla de este mar que es la cuna de la civilización, del amor por la libertad.